“La adolescencia es una enfermedad que se cura con el tiempo”,
decía alguien. Pero, para mí, la adolescencia es esa fase liminal o transitoria
del ciclo vital; donde tienes que superar una serie de pruebas para ser
agregado al mundo de los adultos. Es de esas fases en las que ni eres una cosa
ni eres otra; se caracteriza por la ambigüedad e invisibilidad por estar entre
las dos fases –ya no eres un niño, pero tampoco eres un adulto. La
incertidumbre es otra de las características. Pero, la adolescencia, como
estado, puede recordarnos otras situaciones de la vida diferentes que impliquen
cambios: movilidad ocupacional, educativa, estatus social. Todos ellos se
caracterizan por un tener que demostrar que eres válido. La metáfora que mejor
lo explica es -la puerta cerrada- y que tienes que abrir para atravesar.
Cada sociedad o cultura impone
sus propias normas ritualizadas. Serie de rituales transformatorios que
terminan con las ceremonias confirmatorias. Por eso cada sociedad o cultura
define la adolescencia, y los propios adolescentes se perciben como tales de
diferente forma según la cultura, pero todos tienen en común, una serie de rituales iniciaticos o
transitorios con el propósito de llegar a
ser.
Hablar desde la perspectiva del
adulto es la prueba de que estamos hablando de un mundo que no es aceptado
cuando tratan de hacer lo que corresponde a los mayores.
Los adolescentes son catalogados
de neófitos. Cuando tienen conductas que los adultos catalogan como propias,
dicen que hay cierta precocidad (anticipación) y deberían esperar a ser
mayores.
Tal vez hablamos de estigma; del
etiquetaje, de construcción de unas categorías para explicar su inferioridad y
dar cuenta del peligro que representan. Pero los adolescentes son conocedores
de esas mismas normas o categorías. Por eso, creo que artículos como estos,
para referirse a los adolescentes, no ayuda, salvo para victimizar o marginar.
El adolescente al sentirse rechazado, etiquetado, posiblemente actúen
anticipadamente con un retraimiento defensivo y busque refuerzo entre el grupo
de pares.
Con lo que por ahora estoy exponiendo, creo
que está claro que, para mí esta etapa
de la vida es muy importante y en la que deberíamos, como sexólogos
trabajar como objetivo prioritario. Pues, es la que mejor refleja toda la
estructura social de una sociedad o cultura,
con sus normas y sus límites simbolismos y todo un compendio de
significados.
Pero, los adolescentes no son
agentes pasivos. Actúan racionalmente e intencionadamente. Toman decisiones, se
arriesgan aunque haya efectos no deseados, inesperados, pero no les impide que
actúen conscientemente. Compiten, hay relaciones de poder y son productores de
significados.
Con lo dicho hasta ahora, no hay
diferencias con lo que hacen los mayores, puesto que estos son el referente
para los adolescentes; los modelos que
producen se reproducen como esquemas a imitar. Es la prueba de que los
adolescentes son culturalmente parte real de una misma organización social y estructura social; con sus modelos propios
creados desde las instituciones o desde los propios actores, pero que en
definitiva son los modelos culturales a seguir.
Curiosamente, los límites entre
etapas vitales es cada vez más difuso. La etapa infantil cada vez más corta y
apresurada a imitar las pautas de los más mayores. Por otro lado, la adulta
está cada vez peor valorada, pues se privilegia una eterna juventud o adolescencia tardía, y la
adultez...y no digamos ya el devaluado mundo de los viejos, excluidos por obsoletos y caducos. Mientras se busca el elixir de la vida eterna.
Así es que los chicos y chicas
adolescentes, quieren superar precipitadamente esa etapa de invisibilidad para
ser incluidos en las cohortes hegemónicas de la “juventud feliz”, que vive al
día, se arriesga y actúa reflexivamente a pesar de la incertidumbre de lo
desconocido y donde sus adultos son sus “asexuados proveedores de bienestar”.
El sexólogo tiene un gran papel y
mucho por hacer. Siendo conscientes del proceso y cambio social; no somos
estáticos; y no hacemos juicios de valor, a pesar de pertenecer a una misma
estructura. Nuestra labor cada vez se pone más complicada para no caer en la visión
etnocéntrica del experto, pero sin dejar de serlo; -distancia-pero a la vez
preparados para la interacción.
Una cosa es la verdad de una ciencia y otra es
su aplicabilidad. La nuestra tiene mucho campo. Pero, también es cierto que
cada vez tenemos menos oportunidades para la intervención. Lo mediático se
apodera y contamina el discurso. ¿Cómo encajar nuestro discurso dentro de un
sistema lingüístico como este, donde las significaciones sobre el sexo son
otras? Debemos seguir luchando por nuestra ciencia, y no desperdiciar ninguna
oportunidad para expresarla. Pero es fundamental que se siga trabajando como
colectivo que comparte un mismo modelo teórico. Que no quiere decir que no sea
revisable, pues las teorías están para romperlas y no para adorarlas.