lunes, 29 de mayo de 2017

LA ADOLESCENCIA COMO METÁFORA

“La adolescencia es una enfermedad que se cura con el tiempo”, decía alguien. Pero, para mí, la adolescencia es esa fase liminal o transitoria del ciclo vital; donde tienes que superar una serie de pruebas para ser agregado al mundo de los adultos. Es de esas fases en las que ni eres una cosa ni eres otra; se caracteriza por la ambigüedad e invisibilidad por estar entre las dos fases –ya no eres un niño, pero tampoco eres un adulto. La incertidumbre es otra de las características. Pero, la adolescencia, como estado, puede recordarnos otras situaciones de la vida diferentes que impliquen cambios: movilidad ocupacional, educativa, estatus social. Todos ellos se caracterizan por un tener que demostrar que eres válido. La metáfora que mejor lo explica es -la puerta cerrada- y que tienes que abrir para atravesar.
Cada sociedad o cultura impone sus propias normas ritualizadas. Serie de rituales transformatorios que terminan con las ceremonias confirmatorias. Por eso cada sociedad o cultura define la adolescencia, y los propios adolescentes se perciben como tales de diferente forma según la cultura, pero todos tienen en común,  una serie de rituales iniciaticos o transitorios con el propósito de llegar a ser.
Hablar desde la perspectiva del adulto es la prueba de que estamos hablando de un mundo que no es aceptado cuando tratan de hacer lo que corresponde a los mayores.
Los adolescentes son catalogados de neófitos. Cuando tienen conductas que los adultos catalogan como propias, dicen que hay cierta precocidad (anticipación) y deberían esperar a ser mayores.
Tal vez hablamos de estigma; del etiquetaje, de construcción de unas categorías para explicar su inferioridad y dar cuenta del peligro que representan. Pero los adolescentes son conocedores de esas mismas normas o categorías. Por eso, creo que artículos como estos, para referirse a los adolescentes, no ayuda, salvo para victimizar o marginar. El adolescente al sentirse rechazado, etiquetado, posiblemente actúen anticipadamente con un retraimiento defensivo y busque refuerzo entre el grupo de pares.
 Con lo que por ahora estoy exponiendo, creo que está claro que, para mí esta etapa  de la vida es muy importante y en la que deberíamos, como sexólogos trabajar como objetivo prioritario. Pues, es la que mejor refleja toda la estructura social de una sociedad o cultura,  con sus normas y sus límites simbolismos y todo un compendio de significados.
Pero, los adolescentes no son agentes pasivos. Actúan racionalmente e intencionadamente. Toman decisiones, se arriesgan aunque haya efectos no deseados, inesperados, pero no les impide que actúen conscientemente. Compiten, hay relaciones de poder y son productores de significados.
Con lo dicho hasta ahora, no hay diferencias con lo que hacen los mayores, puesto que estos son el referente para los adolescentes;  los modelos que producen se reproducen como esquemas a imitar. Es la prueba de que los adolescentes son culturalmente parte real de una misma organización social y estructura social;  con sus modelos propios creados desde las instituciones o desde los propios actores, pero que en definitiva son los modelos culturales a seguir.
Curiosamente, los límites entre etapas vitales es cada vez más difuso. La etapa infantil cada vez más corta y apresurada a imitar las pautas de los más mayores. Por otro lado, la adulta está cada vez peor valorada, pues se privilegia una eterna juventud o adolescencia tardía, y la adultez...y no digamos ya  el devaluado mundo de los viejos, excluidos por obsoletos y caducos. Mientras se busca el elixir de la vida eterna.
Así es que los chicos y chicas adolescentes, quieren superar precipitadamente esa etapa de invisibilidad para ser incluidos en las cohortes hegemónicas de la “juventud feliz”, que vive al día, se arriesga y actúa reflexivamente a pesar de la incertidumbre de lo desconocido y donde sus adultos son sus “asexuados proveedores de bienestar”.
El sexólogo tiene un gran papel y mucho por hacer. Siendo conscientes del proceso y cambio social; no somos estáticos; y no hacemos juicios de valor, a pesar de pertenecer a una misma estructura. Nuestra labor cada vez se pone más complicada para no caer en la visión etnocéntrica del experto, pero sin dejar de serlo; -distancia-pero a la vez preparados para la interacción.

 Una cosa es la verdad de una ciencia y otra es su aplicabilidad. La nuestra tiene mucho campo. Pero, también es cierto que cada vez tenemos menos oportunidades para la intervención. Lo mediático se apodera y contamina el discurso. ¿Cómo encajar nuestro discurso dentro de un sistema lingüístico como este, donde las significaciones sobre el sexo son otras? Debemos seguir luchando por nuestra ciencia, y no desperdiciar ninguna oportunidad para expresarla. Pero es fundamental que se siga trabajando como colectivo que comparte un mismo modelo teórico. Que no quiere decir que no sea revisable, pues las teorías están para romperlas y no para adorarlas.